Claudia llega contenta, es la última entrevista del día. Está cansada, sin embargo sus ojos son de gratitud y el cansancio se desdibuja en su sonrisa. La noche anterior durmió en la casa de una amiga en capital para llegar a horario y no perder ninguna de las oportunidades para hablar sobre la detención de su compañero que, sin pruebas contundentes, hace más de diez meses está detenido en Mendoza esperando que la justicia defina su situación. A Gassimou Barry se lo acusa del asesinato de una mujer, Florencia Peralta, por el hecho de haber encontrado el celular de la víctima. El principal sospechoso es Damián Ortega, ex pareja de Peralta, quien la hostigaba constantemente.
Claudia empieza a hablar de racismo estructural, de lo que es ser negra en la Argentina. De cómo la policía y la justicia tratan les cuerpxs negrxs y migrantes, y de las luchas históricas y presentes contra la limpieza étnica y cultural.
Hacía poco que Claudia se había mudado de Mendoza a zona sur de Buenos Aires para ayudar a su madre, luego de dos operaciones de cáncer de mama, cuando su vida cambió radicalmente. Eran las 12 de la noche cuando la llamaron desde Rosario, para decirle que Gassim estaba detenido.
“Sin saber bien qué hacer, agarré mis documentos, algo de ropa y salí a tomar un colectivo a las 2 de la mañana para encontrarme con los abogados que me muestran la noticia por el periódico virtual La Capital, con Gassim esposado, acusado de un asesinato, y yo gritando que era una «perejiliada», y ellos me llevan a visitar a Gassim a la comisaria, él me recuerda del famoso celular que se encontró…”
“Aún en el camino, sentí la angustia de no saber lo que había pasado y porqué mi esposo estaba preso. Imaginé que todo se iba a resolver rápidamente, y que volveríamos juntos a Buenos Aires para seguir con el tratamiento de fertilidad. Hace meses que veníamos intentando quedar embarazadxs.”
Al llegar a San Rafael, Claudia se encontró con la impunidad de un Estado racista. “La detención injustificada de Gassim, el ninguneo de la justicia y la exposición en los medios de comunicación hicieron que me sintiera indefensa frente a un monstruo. Tuve miedo. Miedo por mi y por él”.
Claudia y Gassim comparten el mismo dolor. La policía y una justicia racista lxs habían condenado a ambxs. Él, privado de su libertad; ella, privada de su compañero y arrebatada su cotidianeidad. “Me sentí una nada”, confesó.
De vuelta en Buenos Aires, Claudia desistió de la carrera que estaba cursando porque “los tiempos” no se lo permitieron. Tuvo que trabajar más. Sola, sin la ayuda de Gassim, todo era más difícil. Los costos económicos se habían incrementado: los viajes para ir a visitarlo, las provisiones y los costos con el local dónde laburaban. En un corto período de silencio, Claudia toma aire y descarga: “Me extraño a mi misma…”
Como docente, ella encuentra en la música y en la danza las fuerzas para seguir todos los días. Sin embargo, la distancia no ayuda. Diez meses de vínculo prácticamente por mensajes de texto. La espera, las dudas y la ausencia en los momentos más difíciles se vuelven parte de su vida.
Buscando encontrarse, divide sus tiempos entre los cuidados de su madre enferma a quien define como “una guerrera de fierro”, los contactos constantes con la familia de Gassim en África –intentando explicarles, traductor web mediante, qué es “prisión domiciliaria”, por ejemplo– y la contención a su esposo que, al borde de la desesperación, ya planteó la posibilidad de quitarse la vida.
“Es todo muy difícil, pero yo lo estoy esperando… y estoy luchando todos los días.” De uno de sus tantos bolsos saca un termo y nos convida una infusión que preparó para combatir el frío.
Versión pdf: Claudia y Gassim